¿Es posible aprender a ser padres? Sin duda la respuesta es que sí. Ser padres es un aprendizaje de por vida, en unas ocaciones más fácil que otras, con el que creceremos también como personas.
Cuando nace un niño nace con él una nueva familia. La Declaración de los Derechos del Niño recoge como uno de sus puntos fundamentales que “los niños tienen derecho a ser educados por padres preparados”. Toca aprender y redecorar nuestro interior para dar lugar a una nueva situación que sacará lo mejor, y a veces puede que también lo peor de nosotros. Si nos planteamos si se aprende a ser padres, sin duda la respuesta es que sí. Ser padres es un aprendizaje de por vida, en unas ocaciones más fácil que otras, con el que creceremos también como personas.
Son muchos los factores que van a influir en ese aprendizaje: nuestras circunstancias personales, nuestro entorno, nuestras propias vivencias personales, nuestros miedos y nuestras expectativas. Pero si hay algo que debemos tener claro es que no hay una fórmula mágica para la crianza o la educación perfecta, tampoco para ser los padres perfectos. Los padres perfectos no existen. Cuanto antes lo aceptemos y tomemos conciencia, antes comenzaremos a disfrutar de la maravillosa aventura que son los hijos. Al final, todo es cuestión de prueba y error. Y esto requiere de un esfuerzo por nuestra parte.
Aprender a ser padres: prueba y error
El amor, la seguridad, la empatía, la presencia y la comunicación son los pilares de una relación sana con nuestros hijos. A partir de ahí todo es una sucesión de prueba y error y, seguramente, lo que terminaba funcionando con un hijo, no sea ideal para los sucesivos. Cada hijo es una persona con un carácter, unas necesidades y unos deseos que probablemente no tengan nada que ver con los de sus hermanos. Ni con los de sus padres. Lo que le ha ido bien a tu amigo, a tu vecina o a tu pediatra puede que choque frontalmente con las necesidades de tu familia. De ahí la dificultad de criar hijos: que no hay una norma escrita que valga para todos.
La dificultad de criar hijos reside en que no hay una norma escrita que valga para todos.
Cada etapa requiere de nosotros unas habilidades que iremos aprendiendo. Cuando son bebés nuestros mayores miedos y dudas puede que se centren en la alimentación, el sueño y la salud. Conforme van creciendo puede que vayamos observando otras necesidades: más autonomía, nuevos hitos, el despertar de una necesidad imperiosa de valoración y atención…
Los padres somos quienes tenemos la importante función de enseñar a nuestros hijos a conocerse, a respetar a los demás, a aceptar y gestionar sus emociones, a relacionarse con su entorno, a discernir lo que está bien y lo que no. Y es en este camino en el que muchas veces estamos perdidos y desorientado precisamente porque ni los niños llegan con instrucciones cuando nacen ni nadie nos ha enseñado a educar. Las escuelas de padres o los grupos de crianza pueden ser un recurso idóneo para conocer otras experiencias y, quien sabe, si poder coger ideas a raíz de ellas que nos puedan ser de utilidad para nuestra familia. También para sentirnos acompañados y paliar esa soledad que muchas veces sienten las personas que viven lejos de sus familias o en entornos urbanos en los que las distancias y el ritmo frenético les obliga a vivir de una manera muy individualizada. Casi solos.
La crianza, los cuidados y la educación de los hijos son tareas complejas, que demandan mucho de nosotros, y que nunca dejan de despertar en nosotros ciertos temores. Tener información para poder decidir con libertad entre las distintas posibilidades, que nos sirvan para afrontar cada una de esas etapas, y ofrecerles seguridad, coherencia en nuestros actos y, sobre todo, afecto, será el mayor regalo que podremos hacer a nuestros hijos. Y tiempo. Porque al final nuestros hijos lo que necesitan son unos padres presentes.
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