El estrés es una respuesta de nuestro organismo a una situación de sobrecarga que genera malestar físico y emocional. Aunque a menudo se asocia a la etapa adulta lo cierto es que cada vez más niños y adolescentes pasan por episodios de estrés. En nuestros centros vemos que los factores de estrés más comunes vienen del ámbito escolar o del familiar. Un estrés que habitualmente es derivado del miedo a suspender, de relaciones en clase o situaciones complejas en las familias. Otra fuente de estrés frecuente suele estar causado por las relaciones sociales, sobre todo en la adolescencia. En esta etapa aparece a veces miedo al conocer a alguien nuevo, a no saber cómo defender los derechos propios o miedo a no ser aceptado por los demás. También es importante hacer hincapié en la edad, las situaciones y los recursos con los que se enfrentan a ellas. No son los mismas para un niño o una niña de cuatro años que para un chico o una chica ya de 12 años.
¿Qué está pasando?
Para muchas familias es complicado saber exactamente lo que está pasando. Reconocer el estrés en los niños no es siempre fácil ya que, sobre todo los más pequeños, no cuentan con un vocabulario suficientemente amplio sobre emociones. Un niño no suele decir, por ejemplo, que está estresado porque tiene mucho deberes. En lugar de esto, suelen emplear frases como “No me gusta” o “No quiero hacer deberes”, lo que puede confundirse con falta de motivación o problemas de aprendizaje.
Además, las sensaciones que experimentan los niños no son iguales para todos. Nos encontramos a niños que el estrés le produce dolores de cabeza, a otros le duelen el estómago, otros se sienten más tristes, decaídos.
Algunas señales que nos pueden ayudar a detectar que algo no va bien pueden ser:
- Inquietud. Si vemos a nuestro hijo más inquieto, que le cuesta trabajo estar sentado.
- Tristeza. Si vemos que esta más triste, llora por cosas que antes no le daba tanta importancia.
- Irritabilidad. Si vemos que se enfada más, que los enfados son más intensos y duran más.
- Alteraciones en el sueño. Si le cuesta conciliar el sueño o por el contrario duerme más.
- Alteraciones en la alimentación. Si come más o come menos.
- También si se queja de dolores de cabeza o de barriga y no hay ninguna justificación médica que explique esto dolores.
¿Qué hacer?
Para poder ayudar a nuestros hijos e hijas es fundamental, en primer lugar, ayudarles a identificar el estrés y ayudarles a expresar con palabras cómo se sienten. Para ello nos pueden ayudar libros y películas donde salgan escenas donde un personaje este estresado y aprovechar para contarle que es el estrés. Además, no podemos olvidar que los niños también aprenden al observar a sus mayores. Nosotros podemos ser un ejemplo para ellos y expresar nuestro estrés usando frases del tipo: “Hoy estoy estresado, he tenido mucho trabajo y me duele la cabeza”.
Cuando sepan qué es el estrés, es positivo hablar con ellos y ellas sobre qué situaciones les provocan estrés y qué sienten en su cuerpo. Podemos empezar diciendo “Yo me siento muy estresado cuando llego tarde y noto que mi respiración va más rápido. ¿A ti que te pone nervioso? ¿Y qué le pasa a tu cuerpo?”.
El último paso es ayudarles a gestionarlo. Una actividad que les resulta muy divertida y que además la podemos realizar en familia es la caja de relajación. Consiste en coger una caja y tras adornarla introducir pequeños papeles con trucos para relajarse como, por ejemplo, contar hasta diez, respirar hondo diez veces, hacer un dibujo… Cada vez que se sientan estresados pueden coger un papel y realizar una de las actividades que les ayude a relajarse.
Es importante saber que si la situación continúa y el niño sufre de un estrés casi diario o bien cuando lo sufre es muy intenso, es recomendable contactar con un profesional que pueda ayudarlo.