Es habitual escuchar y leer sobre la importancia de poner límites en la educación de nuestros hijos e hijas pero a menudo nos cuesta identificar qué entendemos por límites y cómo se traslada esto a la práctica. Por explicarlo de la forma más sencilla posible podríamos decir que los límites son la línea que no se puede cruzar. Es decir, son las normas que definen hasta dónde uno puede llegar en su comportamiento, tanto con las demás personas como con las acciones propias.
Es fundamental marcar unos límites claros porque nadie nace sabiendo qué puede y qué no puede o debe hacer sino que debemos aprenderlo. Un niño sin límites crecerá con cierta incertidumbre acerca de lo que hay que hacer en la vida. A veces los niños tienen comportamientos que traspasan esos límites y no es que sean desafiantes con el adulto, sino que está midiendo dónde está el límite. Esto le hace sentir seguro si le enseñamos a conocer dónde puede llegar y dónde no puede llegar con sus acciones. Además, los límites son de gran ayuda a nivel social, ya que sabrá poner límite a los demás y respetarlos en su vida futura.
Un niño sin límites crecerá con cierta incertidumbre acerca de lo que hay que hacer en la vida.
Cuando hablamos de límites nos referimos a normas sencillas. Aquí cada familia tendrá sus propios límites pero, sobre todo, se trata de establecer unos límites esenciales de seguridad que permitan al niño o la niña desarrollarse a nivel físico y emocional sin que peligre su salud o su integridad.
Guía para establecer límites en niños y adolescentes en casa
En primer lugar, lo más importante es que nos sentemos sólo los adultos y pensemos qué límites habrá en casa. Una vez lo tengamos claro, lo hablaremos con nuestros hijos. Este paso es importante ya que cuando no se tiene muy claro, los niños o jóvenes intentarán rebatirlos. Si no están del todo claro –porque los límites que cada uno quiere marcar son diferentes–, se pueden poner por espacios de tiempo que están con uno u otro progenitor. Los menores saben muy bien diferenciar lo que se puede hacer con la profesora Conchita y el profesor Ricardo, al igual que con la tía Margarita y el tío José. Lo importante es que estén claros cuáles son los límites. Por ejemplo: “Como papá los lunes salle tarde del trabajo, este día no hay ducha o es opcional”. O “Los miércoles a la salida del colegio se puede elegir la merienda, el resto de días no”. Los niños lo entienden muy bien y ayuda a poder saltarse los límites de manera definida; algo que también es importante.
En segundo lugar, es esencial que el niño o niña conozca bien las consecuencias de romper los límites. Si las consecuencias son exageradas por ser dependientes del momento o de las emociones de los padres, tenderán a rebatirlas. Sin embargo, si ya saben qué pasa cuando se salta, se responsabilizarán de las consecuencias y de sus propias acciones. De nuevo, si los padres lo han marcado previamente en un momento de tranquilidad, será más fácil que la consecuencia sea reflexionada y no tengan la necesidad de cambiarla por haber sido fruto del enfado.
En tercer lugar, si la familia se burla, enjuicia, o se apiada disparará la frustración o la rabia. Sin embargo, si ante el error la familia apoya, comprende y refuerza que la próxima vez conseguirá respetar el límite. Y si a esto añadimos que pensamos junto a ellos cómo puede mejorar, orientará este fracaso como un aprendizaje y se sentirá responsable de hacerlo bien. Esto hará que esté motivado para cumplirlo las siguientes veces ya que se verá como un pequeño error y tendrá la confianza de la familia de que lo podrá hacer bien y un plan para conseguirlo.
Entender al adolescente
Cuando dejamos atrás la infancia y nos adentramos en la adolescencia, una de las preocupaciones más habituales de las familias suele ser qué ocurre con los límites ahora: ¿cómo se gestionan los límites permitiendo al adolescente construirse a sí mismo?
Bien, pues al igual que el ocurre cuando el niño de tres o cuatro años y busca sus límites, en la etapa de la adolescencia vuelven a comprobar dónde están los límites. En este momento se ven mayores y con nuevas capacidades, por lo que vuelven a probar hasta dónde pueden llegar con esos “nuevo poderes”. La complicación se da cuando el adulto, por miedo, pena o confusión, no tiene claros los límites, lo que hace que el adolescente se enfade habitualmente y continuamente probando el límite hasta conocer bien donde está.
También es más complicado por la altura del adolescente. La rabieta en el niño de tres o cuatro años se valora como normal, se le ve pequeño, comprendiéndose mejor por parte de la familia, pero la del adolescente no se entiende porque se tiene la expectativa de que razonará más y será más comprensivo o responsable. En definitiva, se entiende menos, se ponen altas expectativas en ellos, y esto genera conflicto entre el adolescente y los padres.
¿Cómo equilibrar el respetar las necesidades de un adolescentes y unos límites? Os damos algunas claves que es recomendable conocer:
- Lo primero es saber que los límites son una necesidad para él porque, aunque no lo exprese ya que no lo sabe, le reportarán seguridad y tranquilidad. Si esto lo tienen en cuenta los padres, les será más fácil poner los límites ya que no dudarán a la hora de implantarlos.
- Al igual que cuando eran pequeños en esta etapa necesitan autonomía y exploración. Sin embargo, es más complicado de ver por la familia ya que hay riegos que consideramos peligrosos –y de los cuales creemos que hay que protegerles sobre todo a través de la educación y la comunicación–.
- ¿Cómo manejar sus necesidades de exploración y autonomía? Primero hay que valorar con él o ella qué le gustaría descubrir, apoyarlo desde cerca, y, cuando le veamos preparado, desde lejos, para que pueda explorar seguro y tranquilo. Necesitan saber que pueden hacer las cosas por sí mismos, de igual manera se le acompaña al inicio y después se les va dejando hacerlo solo. Lo ideal es que puedan hacer una lista de cosas que les gustaría hacer solos y que pongamos nosotros las fechas en las que podrá, siempre y cuando las experiencias vayan siendo agradables. Ver que pueden hacer cosas solos les genera responsabilidad y motivación.
Por Sonia Martínez, psicóloga y directora de Centros Crece Bien.
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