Los castigos no son la solución a los problemas o dificultades que se nos presentan a lo largo de la crianza y la educación de los hijos. Os contamos por qué y planteamos algunas alternativas para educar sin castigos.
Educar sin castigos
No es fácil abandonar los hábitos y costumbres en cuanto a nuestros enfados. Actuamos como un resorte cuando algo se nos escapa de nuestro control, cuando algo nos “ataca”, cuando recibimos “noes” continuos a todo, gritos o lloros.
Romper con la reacción inicial de devolver más gritos e, incluso, frases de las que seguramente nos arrepentiremos cuando llegue la calma no es nada sencillo, requiere de un gran trabajo personal. Pero es posible dar un paso más allá e intentar hacerlo sin perder los nervios, saliendo de esa sensación de enfado permanente.
En primer lugar debemos plantearnos qué soluciona un castigo y qué supone ese castigo para nuestros hijos pero también para nosotros mismos. Es habitual que cuando le preguntamos a unos padres por qué emplean el castigo como herramienta educativa respondan cosas como “Si no lo hacemos se sale con la suya” o “Es la única forma de que hagan caso”, entre otros. Sin embargo, pocos se plantean si las consecuencias del castigo eran aún peores que las causas del castigo. O en otras palabras: ¿Qué está pasando por la cabeza de nuestros hijos cuando les castigamos? ¿Qué mensaje les estamos transmitiendo? ¿Podemos reemplazar el castigo por una enseñanza más constructiva?
Alternativas a los castigos
El castigo es una herramienta ineficaz. En primer lugar, porque enseña a nuestros hijos precisamente lo opuesto a lo que pretende enseñar. Si lo que queremos es que nuestros hijos nos respeten y tengan confianza en nosotros, antes debemos mostrarles que pueden esperar lo mismo de sus padres. En segundo lugar, el castigo alienta la violencia y la frustración. Muchos niños encuentran en el castigo una gran injusticia por lo que lejos de aprender de ello, alimentan la venganza y la rebeldía.
Educar a nuestros hijos requiere de constancia, de mucha dedicación y de buenas dosis de empatía. No es una tarea sencilla, ni mucho menos, pero muchas veces basta con rebajar nuestras expectativas, ser previsores y tener otras herramientas más amables para todos para que nuestra labor se simplifique en gran medida.
Dicho todo lo anterior, os proponemos alternativas al castigo más constructivas para la personalidad de niño y adolescente. Si hay una alternativa, ¿por qué no probar?
1. Buscar opciones
A menudo cuando el niño hace algo incorrecto nuestra primera opción es el grito o el enfado. Si en lugar de dejar que fluya la impulsividad y la ira nos paramos a respirar varias veces y buscamos opciones nos evitaremos en gran medida el disgusto.
Por ejemplo, si el niño ha roto algo y le gritamos por ello, no estamos aportando nada más que la descarga de nuestro enfado. Si en lugar de esto buscamos otras opciones el mensaje que trasladamos cambia mucho. “Vale, se ha roto y ya no vamos a poder hacer nada para que no haya ocurrido. Busquemos opciones: limpiemos juntos el estropicio e intentemos arreglarlo”.
2. Hablar de cómo nos sentimos
Que busquemos alternativas y que intentemos hacer del error una enseñanza no quiere decir que no podamos mostrar nuestras emociones. El enfado, la frustración y la tristeza son también emociones válidas que deben mostrarse y nunca ocultarse. La cuestión es la dimensión que ocupan esas emociones y la duración en el tiempo.
Así mismo, muchas veces la rebeldía y permanente frustración de los niños o adolescentes se deben a emociones que quedan “tapadas”, que se enquistan y que acaban produciendo un efecto rebote mucho mayor. Hablar de cómo nos sentimos, de nuestras necesidades y preocupaciones les muestra que todas las emociones tienen cabida pero también les da pie a que entiendan que pueden mostrarlas.
3. Normas y límites
Conocer las normas y los límites es fundamental para la convivencia familiar y social pero también lo es aceptar que hay que hacerlo desde la empatía: analizando sentimientos y emociones cuando establecemos esos límites.
También debemos establecer límites coherentes y adaptados a cada edad, sin agobiarles con peticiones imposibles y exageradas, y debemos ser claros y darles tiempo de asimilación. Es decir, pongamos pocos límites pero firmes, claros, realistas y coherentes. Y hay que explicarlos, analizarlos y comentarlos con nuestros hijos tanto antes de que tengamos un problema como después, cuando alguno de esos límites o normas no son aceptados.
4. Trabajo en quipo
Muchas veces es más útil trabajar en equipo una solución a una acción incorrecta que esperar que por motu propio lo hagan. Y eso, además, puede transmitirles que les acompañamos, que nos preocupamos, que estamos presentes en sus aciertos pero también en sus errores.
Más trabajo en equipo y menos fomento del individualismo puede servirnos como alternativa al castigo.
5. Analizar las consecuencias
¿Nos hemos planteado alguna vez pedir perdón al niño cuando nos hemos equivocado? Nuestras acciones tienen consecuencias siempre, por eso también es importante aprender a perdonarnos a nosotros como padres en lo que hacemos mal pero también que nuestros hijos perdonen nuestros fallos, que también los tenemos.
¿Qué opináis? ¿Se puede educar sin castigos? ¿Qué os gustaría transmitir a vuestros hijos?
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