Las rabietas forman parte del desarrollo del niño, de su toma de conciencia de su yo individual, un yo con sus propias necesidades y deseos.
Estás en el supermercado, haciendo la compra como cada semana, y de repente tu hijo de dos años se enfada muchísimo y se tira al suelo gritando y llorando porque no le has dejado sacar todos los envases de arroz de ese palé perfectamente ordenado. Y ahí estás tú, sintiéndote observada por un millón de ojos sin saber muy bien cómo reaccionar, paralizada entre la impotencia, la vergüenza y el desconcierto.
Pero lo cierto, es que vivir este tipo de situaciones es de lo más habitual cuando hablamos de niños de entre año y medio y cuatro años, aproximadamente. No es una ciencia exacta, la franja de edad puede variar, pero normalmente es en estos primeros años en los que es más probable que aparezcan las rabietas. Y no, no lo estás haciendo todo mal. Es la consecuencia normal de la transición de la etapa bebé a la de niño, un momento en el que las personas vamos dibujando nuestro yo individual, tomando conciencia de nuestro propios deseos y necesidades.
La importancia de las rabietas
Las rabietas no son la consecuencia de una mala educación. Tampoco nuestro hijo tiene la “culpa“. No se trata de culpables ni de rivalidades si no de la expresión de un desacuerdo, un deseo o una acción que puede ser diferente al nuestro y que es lo que hace que se produzca ese choque.
¿Son importantes las rabietas? Para que en el futuro nuestros hijos e hijas se conviertan en adultos sanos emocionalmente, sepan manifestar sus deseos, sus necesidades y sus opiniones debemos dejar que desarrollen ahora esa capacidad. Para ello jugamos un papel imprescindible: debemos darles las herramientas necesarias, acompañarles y, por supuesto, no castigarles, ignorarles o chantajearles. Bastante mal se están sintiendo ellos ya.
Algunas teorías de tipo cognitivo-conductual recomiendan ignorar al niño mientras dura la rabieta y en el momento en el que el niño o la niña baja la intensidad del enfado, entonces atenderle. La idea es que “aprenda” que cuando está en plena rabieta no le vamos a prestar atención y que tendrá que calmarse para que le hagamos caso. Sin embargo, de esta forma no sólo no estamos prestando atención a su malestar y angustia sino que les ocasionamos una mayor frustración y rabia. Se sienten incomprendidos.
¿Cómo debemos acompañarles?
Lo ideal es prevenir este tipo de situaciones anticipándonos al motivo que puede desencadenar una rabieta pero no siempre es posible. Una vez que se produce la rabieta deberíamos acompañarles en el proceso, poniéndonos en su lugar, entendiendo, sobre todo, que no lo está haciendo para “fastidiar” sino que está expresando un conflicto.
En el momento más álgido, hay niños que no desean nada más que explotar. No quieren abrazos, ni que les hablen, ni que les expliquen nada. Estar ahí y respetarle, sin más, puede ser nuestro papel. Puede ser una buena idea ir hablándole de manera calmada a medida que se va calmando hasta intentar buscar una solución alternativa al problema.
No es fácil. Nuestras expectativas, el cansancio del día a día, la posible falta de sueño y nuestros propios fantasmas hacen que muchas veces perdamos los nervios, nos enfademos. Tomar conciencia de ello ya es un gran paso y en nuestra mano está entrar en una espiral de rabia, insatisfacción y enfado o intentar esquivarla como buenamente podamos.
En Crece Bien somos profesionales con amplia experiencia en inteligencia emocional. Si tienes alguna duda o necesitas alguna recomendación, te animamos a que contactes con nosotros, estaremos encantados de atenderte. Puedes hacerlo en el correo electrónico informacion@crecebien.es o en el teléfono 910002602.