Produce cierto vértigo pensar que hace ya un año que comenzó la pandemia que cambiaría tantas cosas de nuestro día a día. Ha cambiado la forma en la que nos relacionamos, nuestras actividades cotidianas y hasta es seguro que muchas de nuestras emociones. Después de tantos meses es muy habitual que aparezca lo que la OMS ha denominado agotamiento pandémico para definir un conjunto de síntomas que manifiestan muchas personas: cansancio, falta de concentración, apatía, rabia descontrolada o la sensación de falta de control. Todos ellos son los síntomas psicológicos derivados de la situación.
Cómo y en quiénes se manifiesta
El agotamiento pandémico se manifiesta con estados de ánimo que fluctúan y van desde la ansiedad y el estrés hasta la tristeza, desanimo o apatía. En Crece Bien recibimos en este momento mayor demanda de padres y madres, familias monoparentales y adolescentes que sienten ansiedad, estrés o intensas ganas de llorar.
Cómo afecta a las personas no depende tanto de la edad como de dos factores fundamentales:
- Las condiciones del entorno. Hay entornos en los que se ha perdido el trabajo o personas queridas, en donde la conciliación familiar no es posible, donde solo hay un progenitor sin apoyos cuidando a menores la incidencia es mayor.
- Las condiciones psicológicas de las personas. Esto cobra especial importancia en estos momentos. Si los recursos psicológicos de las personas y familias para afrontar las pérdidas, manejar la rabia o la incertidumbre, así como los recursos para tomar buenas decisiones o la aceptación y gestión del cambio no son los deseables, esteremos ante la posibilidad de sufrir un mayor agotamiento pandémico.
¿Qué podemos hacer para llevarlo mejor?
El agotamiento pandémico puede prevenirse o mejorar si seguimos algunas recomendaciones como cuidar lo que nos decimos a nosotros mismos, nuestro leguaje interior; o tomarnos un tiempo para conocer cómo nos sentimos y tomar acciones que nos ayuden a sentirnos mejor.
En esta pandemia los recursos psicológicos han cobrado mucha importancia ya que realmente dependemos no tanto de la realidad que vivimos, sino de cómo interpretamos y afrontamos esta realidad. Las personas y familias que han recibido este apoyo anteriormente o lo están haciendo han visto han podido manejar mejor sus sentimientos, interpretar mejor la realidad o afrontar la situación constructivamente, incluso sacando partido a la situación.
¿Cuándo deberíamos pedir ayuda profesional? Cuando las emociones son tan intensas que afecta a la vida laboral o escolar, familiar o social, provocando malestar de forma repetida, es un buen momento para pedir ayuda.
Las emociones tienen una función, y son aliadas, pero cuando se desbordan pueden llegar a ser disfuncionales y un gran enemigo para uno mismo. Son como el fuego, un poco nos mantendría caliente, alejaría animales peligrosos y hasta nos ayudaría a cocinar pero si se descontrola puede arrasar con todo. Hasta con nosotros mismos.
Con la ayuda de un profesional estas emociones son “reconducidas”, guiadas para que vuelvan a ser saludables y vuelvan a cumplir sus funciones. ¿Cómo? Muchas veces cambiando pequeños hábitos, aprendiendo a pensar de manera más constructiva, a guiar nuestra atención, afianzando la seguridad en uno mismo y proyectando nuevos objetivos que sirvan de aliciente.
Muchos adultos lo ven difícil, pero es como aprender un idioma o a tocar un instrumento musical. Cuando “entrenamos” nuestra manera de pensar, aprendemos a manejar las emociones y practicamos las habilidades sociales, el éxito está asegurado, ya que nos orientaremos mejor en el mundo y asimilaremos lo que nos acontece de mejor manera y seremos más eficaces en las acciones que llevamos a cabo.