Niños con miedo a la nueva normalidad: qué podemos hacer

Aunque muchos niños y niñas estuvieron aparentemente bien durante el confinamiento, con la llegada de la nueva normalidad, y una nueva segunda ola a la vista, pueden estar manifestando miedos, enfados desbordados o apatía. A lo largo del siguiente texto os contamos por qué ocurre esto y qué podemos hacer si nuestros hijos tienen miedo a la nueva normalidad.

 

Sara Collantes, especialista en Políticas de Infancia de UNICEF España, advertía en el blog de la organización de que aunque la mayoría de niños y niñas son muy resilientes, y son capaces de superar situaciones difíciles y estresantes sin desarrollar problemas importantes de salud mental, lo cierto es que necesitan determinadas herramientas para poder entender y elaborar lo que les pasa. “Esto no está al alcance de todos los niños, de ahí que siempre sean más vulnerables los que no cuentan con entornos protectores ni en la familia ni en su centro de protección ni en el colegio”, señalaba.

Ahora bien. En nuestras vidas han aparecido situaciones nuevas, y estresantes, que han cambiado nuestras rutinas, nuestra forma de relacionarnos y hasta nuestros problemas. Situaciones como los confinamientos, las cuarentenas o la necesidad de mantener cierta distancia social pueden aumentar el riesgo de malestar psicológico y de trastornos de salud mental. Como dice Sara Collantes no se trata de patologizar cualquier conducta o reacción pero es cierto que el tiempo de exposición a todos estos factores estresantes continúa creciendo: los riesgos aumentan y por eso “es más urgente que nunca detectar los problemas que hayan podido surgir y proporcionar un apoyo apropiado”.

¿Por qué surge este miedo? ¿Qué ocasiona este tipo de temores?

La incertidumbre vivida mantenida en el tiempo, y los cambios constantes para afrontar la situación, lleva a los niños  y niñas a mantenerse en alerta, al igual que a los adultos. Además, las noticias continuas de muertes cercanas o lejanas no ayudan a que se puedan sentir seguros y tranquilos. Lo negativo del miedo es que si no se resuelve, va siendo cada vez mayor, ya que para protegernos, nuestro cerebro busca todo lo que puede ser un peligro, y a veces lo magnifica, provocando mayor miedo en el niño.

El miedo principal que están teniendo los niños y niñas es al contagio y a la pérdida de sus seres queridos. Sobre todo que a las personas que tienen más cerca les puedan contagiar.

A Crece Bien llegan niños, adolescentes y jóvenes con estos miedos y también con ansiedad. Lamentablemente, mucho más que antes. Las edades que están sufriendo más miedo al contagio, a la muerte o a la pérdida de sus seres queridos son los niños y niñas de entre los 6 y los 9 años. Los jóvenes y adultos llegan con ansiedad, falta de concentración, dificultades para conciliar el sueño y miedo a no estar haciéndolo bien, con sentimientos de culpa. Incluso muchos padres, tiene culpa o miedo al llevar a sus hijos al colegio, y temores a perder el empleo o a exponer a sus seres queridos al visitarlos. Es un miedo más dirigido a no saber cómo actuar o a qué pasará en el futuro. La  “ventaja” del miedo en los niños, en la mayor parte de casos, es que es más concreto y, de esta manera, más fácil de resolver.

Señales que alertan del miedo a la nueva normalidad

Niños y niñas que aparentemente han estado bien durante el confinamiento más estricto, manifiestan ahora, a posteriori, miedos, enfados desbordados o apatía. La explicación es que la respuesta que da nuestro cerebro es muy adaptativa, digamos que se centra en resolver la situación mientras esta dura, y las consecuencias vienen una vez ha pasado la situación adversa o esta se mantiene en el tiempo. Es en ese momento en el que nos “permitimos” no estar tan centrados en pasar la situación, sino en, por ejemplo, desahogarnos. Algunas señales que nos deben poner en alerta serían:

  • Es importante observar si el niño está teniendo un desajuste en dos o más de los ámbitos en los que se desarrolla (colegio, casa, ocio o deporte).
  • Si hay dificultades para dormir, falta de apetito o apetito constante, dolores, dificultades para el control de esfínteres.
  • El niño o la niña puede presentar dificultades para relacionarse con sus iguales o apatía para mantener las relaciones sociales.
  • Debemos observar si manifiesta falta de atención o despistes en el colegio, enfados desbordados o tristeza sin motivo aparente.
  • Un signo de muy buen “pronóstico” es que el niño que tiene un problema exprese sus emociones, ya sea con sus acciones o a través de su cuerpo. Si estamos atentos, sabremos que algo no va bien.

Si esto se mantiene en el tiempo (más de dos o tres meses) o la intensidad cada vez en mayor y no tiene una causa concreta debemos pasar a la acción, ya que es probable que algo pase, y buscar ayuda profesional.

Recomendaciones para acompañar a nuestros hijos

  • Lo primero y más importante, dar voz al miedo, si no, se transformará en otros problemas como explosiones de enfado, problemas de sueño, alimentación… Dar voz al miedo es tan fácil como hablar de lo que nos asusta, participando padres y madres de esto, ya que será la mejor manera de normalizarlo y evitar que el niño se vea con la necesidad de ocultarlo o negarlo.
  • Lo segundo que podemos hacer es buscar en familia maneras de calmarnos cuando tengamos miedo. Si el niño sabe qué puede hacer cuando tenga miedo, lo que vamos a conseguir es que tenga mayor seguridad en sí mismo y que pueda afrontarlo.  Podemos hacer una caja en familia donde meter soluciones para el miedo, esto ayuda al niño a saber que tiene recursos para afrontarlo, entre otras, le ayudará: recibir un abrazo, expresarlo, escuchar una canción que le tranquilice, respirar hondo…
  • Lo tercero es darle seguridad hablando con ellos de las cosas que dependen de ellos: qué decisiones pueden tomar, por qué están protegidos, en quién se pueden apoyar, quiénes les cuidan…
  • Y, por último, mostrarles los miedos que ya han superado, las cualidades y recursos que han tenido para afrontarlo. Si ya han superado algún miedo, este miedo será fácil de superar.

 

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